Foto por Mizrak |
"La esperanza es el sueño del hombre despierto." Aristóteles
Cuando la vida se pone difícil, cuando nos esforzamos por salir adelante en los momentos más oscuros, la esperanza nos da fuerzas y nos conforta. La esperanza puede ser algo hermoso, motivador e inspirador. Te da fuerzas cuando estás a punto de rendirte.
Pero también puede mantenerte estancado en tus problemas.
La esperanza puede crear una ilusión de que mañana todo mejorará. Si no hacés nada hoy por crear un mañana mejor, los problemas seguirán estando.
Cuando pensás que mañana, cuando tengas el trabajo perfecto, tu propia casa, encuentres la persona indicada, entonces vas a poder finalmente ser feliz; estás dejando que la esperanza te adormezca.
La esperanza nos aleja por un momento del presente y nos transporta a ese futuro donde ya no sentimos dolor, somos felices. Es una forma de evitar nuestra realidad. De evitar mirarla demasiado de cerca.
En nuestras mentes se forma esa ilusión prometedora de un mundo mejor que el que conocemos.
La esperanza es como una palmada en la espalda, un abrazo en tiempo de angustia. Es confortante. Es como una manta alrededor de los hombros y una taza de chocolate caliente. Nos hace sentir mejor casi instantáneamente. Nos conforta pero no nos mueve a actuar.
Creer, en cambio, tener fe, te abre un camino de posibilidades. Te mueve a la acción.
Cuando creés, aunque no estés seguro del camino, aunque te falten fuerzas, haces y actúas para crear un mejor mañana. No porque esperés que sea mejor, sino porque sabés que será mejor, sabés que siempre tenés una posibilidad de elegir y producir el cambio que antes sólo esperabas.
Así que podés esperar, que algo o alguien cambie tu vida mágicamente. O podés elegir creer que podés crear ese cambio.
Todo empieza por elegir que pensás y haces cada día.